El diccionario dice que una fobia es un miedo intenso y desproporcionado ante objetos o situaciones concretas. Pero más allá de los textos, existen las personas que la sufren hasta el punto de impedir el desarrollo normal de sus vidas.
El catálogo de fobias incluye, entre otras, la agorafobia (temor a los espacios abiertos) y la claustrofobia (temor a los espacios cerrados). Miedos opuestos que tienen el común denominador de llegar a paralizar por uno u otro motivo a quienes la padecen.
Para el psicólogo y vicepresidente de la Fundación Fobia Club, Gustavo Bustamante, estás dos fobias son como estar de un lado o del otro de la puerta: “Alejarse de la casa y quedarse en ella. Dos miedos irracionales basados en situaciones irreales”.
Mareos, falta de aire y palpitaciones son algunos de los síntomas que experimentan las personas que poseen miedo a los lugares cerrados (claustrofobia) apenas saben que van a incurrir en un habitáculo de dimensiones reducidas o sin ventanas. Es que los claustrofóbicos, así explica Bustamante, “anticipan constantemente la situación y eso les genera ansiedad”. Sin embargo, el miedo no proviene específicamente del tamaño del lugar, sino de las posibles consecuencias negativas que pueden surgir de ello. “Piensan que se van a quedar sin aire y que se van a asfixiar o quedar encerrados y que nadie los va a auxiliar”, explica.
“Estaba con una compañera del trabajo y tomamos el ascensor de todos los días cuando de repente se paró en la mitad. El edificio era de sólo dos pisos. Empecé a gritar y a golpear todo. Sentía que no podía respirar y que nadie nunca me iba a escuchar para poder sacarme. Siempre tuve ¨algo¨ con los ascensores y siempre preferí las escaleras. Pero no pensé que iba a desatar en una fobia”, cuenta Liliana, una afectada. Es por esto que evitan entrar a habitaciones sin ventanas, pasar por un túnel, subir a un ascensor y hasta meter la cabeza abajo del agua. En tanto, la Agorafobia genera síntomas similares a la claustrofobia: palpitaciones, mareos y temor a descomponerse. Y los que lo padecen evitan situaciones tan cotidianas como ir a comprar, al trabajo o simplemente salir de la casa. Su origen, así lo explica el psicólogo, es multicausal pero “en general siempre hay una situación traumática que funciona a modo de disparador".
El caso de Alicia Labriola es un claro exponente. Hace 20 años se mudó a la casa en la que todavía vive y sostiene que todo empezó en ese momento porque la casa “nunca me gustó. Y si pudiera me iría ya mismo. Todavía no me acostumbro”. “Iba con uno de mis hijos y de repente me agarró un temor muy fuerte. Yo me desesperé porque no sabía que iba a pasar con el nene si yo me descomponía. Me lo tragué hasta que llegué a la casa pero después de ese episodio estuve mucho tiempo sin salir. Cuando lo intentaba llegaba a la puerta y me daba vueltas todo. Hasta que después de muchos médicos uno me dijo que era fóbica”, confiesa Alicia.
Las fobias tienen cura pero muchas veces hay que permanecer en tratamiento: “En 12 semanas la persona ya está mucho mejor. Se trata de avanzar poco a poco y con tiempo. Sin embargo, hay quienes tienen que sostener el tratamiento debido a que presentan un cuadro crónico que les puede causar recaídas”. Alicia es uno de esos casos que deben seguir peleando ya que pese a haber mejorado su situación con los tratamientos reincidió en la fobia que la aquejaba: “Creo que tuvo que ver con que me quebré la pierna y tuve que quedarme en cama mucho tiempo y el día que me sacaban el yeso no pude salir. Respiré lento, pensé en otra cosa, hice todo lo que me habían enseñado pero no pude. Así que volví al tratamiento. Hoy salgo, pero me cuesta”.
Un método para hacerle frente a esa problemática es el cognitivo-conductual: “Primero hay que corregir las ideas que tiene la persona respecto al tema. Y por otro lado, está lo comportamental. Es decir, cambiar y modificar las actitudes frente a las situaciones de miedo”. Para lograr esto último las personas fóbicas deben enfrentarse cara a cara con sus temores hasta lograr controlarlos. Para el claustrofobico esto puede significar en primera instancia caminar hasta la esquina. Luego tomar un autobús y así progresivamente en pequeñas dosis que pueda resistir. Esto es lo que los especialistas llaman exposición.