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PSICOLOGÍA

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24 abril 2007

Claustrofobia y agorafobia

El diccionario dice que una fobia es un miedo intenso y desproporcionado ante objetos o situaciones concretas. Pero más allá de los textos, existen las personas que la sufren hasta el punto de impedir el desarrollo normal de sus vidas.
El catálogo de fobias incluye, entre otras, la agorafobia (temor a los espacios abiertos) y la claustrofobia (temor a los espacios cerrados). Miedos opuestos que tienen el común denominador de llegar a paralizar por uno u otro motivo a quienes la padecen.
Para el psicólogo y vicepresidente de la Fundación Fobia Club, Gustavo Bustamante, estás dos fobias son como estar de un lado o del otro de la puerta: “Alejarse de la casa y quedarse en ella. Dos miedos irracionales basados en situaciones irreales”.
Mareos, falta de aire y palpitaciones son algunos de los síntomas que experimentan las personas que poseen miedo a los lugares cerrados (claustrofobia) apenas saben que van a incurrir en un habitáculo de dimensiones reducidas o sin ventanas. Es que los claustrofóbicos, así explica Bustamante, “anticipan constantemente la situación y eso les genera ansiedad”. Sin embargo, el miedo no proviene específicamente del tamaño del lugar, sino de las posibles consecuencias negativas que pueden surgir de ello. “Piensan que se van a quedar sin aire y que se van a asfixiar o quedar encerrados y que nadie los va a auxiliar”, explica.
“Estaba con una compañera del trabajo y tomamos el ascensor de todos los días cuando de repente se paró en la mitad. El edificio era de sólo dos pisos. Empecé a gritar y a golpear todo. Sentía que no podía respirar y que nadie nunca me iba a escuchar para poder sacarme. Siempre tuve ¨algo¨ con los ascensores y siempre preferí las escaleras. Pero no pensé que iba a desatar en una fobia”, cuenta Liliana, una afectada. Es por esto que evitan entrar a habitaciones sin ventanas, pasar por un túnel, subir a un ascensor y hasta meter la cabeza abajo del agua. En tanto, la Agorafobia genera síntomas similares a la claustrofobia: palpitaciones, mareos y temor a descomponerse. Y los que lo padecen evitan situaciones tan cotidianas como ir a comprar, al trabajo o simplemente salir de la casa. Su origen, así lo explica el psicólogo, es multicausal pero “en general siempre hay una situación traumática que funciona a modo de disparador".
El caso de Alicia Labriola es un claro exponente. Hace 20 años se mudó a la casa en la que todavía vive y sostiene que todo empezó en ese momento porque la casa “nunca me gustó. Y si pudiera me iría ya mismo. Todavía no me acostumbro”. “Iba con uno de mis hijos y de repente me agarró un temor muy fuerte. Yo me desesperé porque no sabía que iba a pasar con el nene si yo me descomponía. Me lo tragué hasta que llegué a la casa pero después de ese episodio estuve mucho tiempo sin salir. Cuando lo intentaba llegaba a la puerta y me daba vueltas todo. Hasta que después de muchos médicos uno me dijo que era fóbica”, confiesa Alicia.
Las fobias tienen cura pero muchas veces hay que permanecer en tratamiento: “En 12 semanas la persona ya está mucho mejor. Se trata de avanzar poco a poco y con tiempo. Sin embargo, hay quienes tienen que sostener el tratamiento debido a que presentan un cuadro crónico que les puede causar recaídas”. Alicia es uno de esos casos que deben seguir peleando ya que pese a haber mejorado su situación con los tratamientos reincidió en la fobia que la aquejaba: “Creo que tuvo que ver con que me quebré la pierna y tuve que quedarme en cama mucho tiempo y el día que me sacaban el yeso no pude salir. Respiré lento, pensé en otra cosa, hice todo lo que me habían enseñado pero no pude. Así que volví al tratamiento. Hoy salgo, pero me cuesta”.
Un método para hacerle frente a esa problemática es el cognitivo-conductual: “Primero hay que corregir las ideas que tiene la persona respecto al tema. Y por otro lado, está lo comportamental. Es decir, cambiar y modificar las actitudes frente a las situaciones de miedo”. Para lograr esto último las personas fóbicas deben enfrentarse cara a cara con sus temores hasta lograr controlarlos. Para el claustrofobico esto puede significar en primera instancia caminar hasta la esquina. Luego tomar un autobús y así progresivamente en pequeñas dosis que pueda resistir. Esto es lo que los especialistas llaman exposición.

03 abril 2007

La desensibilización progresiva

La fobia es un miedo injustificado a situaciones u objetos que no provocan ningún peligro. Entre sus diferentes manifestaciones, se encuentra la agorafobia, definición apropiada a las distintas alteraciones sufridas por algunos individuos que temen a los lugares públicos, o a intervenir en zonas donde hay conglomeración de personas.
La agorafobia es un miedo irracional, más comúnmente visto en consulta, y sobre todo, en el sexo femenino. Aunque de acuerdo con la etimología de la palabra, se relaciona con el miedo a los locales abiertos ("agora" significa plaza), en general, el ágora fóbico implanta temor al sujeto hacia cualquier lugar o situación en el que se sienta desprotegido. Por eso, esta manifestación suele incluir otras fobias más específicas, como miedo a los lugares cerrados o a las alturas.
Según criterios de expertos, la depresión subyace en las conductas fóbicas, y se hace indispensable imponer tratamiento antidepresivo en esos casos. El agorafóbico tiende a evitar situaciones que provocan estrés, lo cual resulta un grave problema para el individuo afectado por este desorden, debido a que casi nunca deja su hogar, y cuando lo hace, generalmente, exterioriza una gran ansiedad causada por la fobia. La desensibilización progresiva es una técnica de muy buenos resultados en los pacientes con estas entidades. En ella, se trata de exponer a la persona ante el objeto o fenómeno causante del temor, bajo un régimen protegido de tratamiento médico. El trabajo con la familia suele ser fundamental. Todos en casa deben conocer la situación del paciente, pues solo así podrán ayudarle a enfrentar la problemática que está sufriendo. Es conveniente hablar del tema con la persona, brindarle seguridad y, si es necesario, acompañarlo durante sus salidas de casa hasta tanto se sienta en condiciones de transitar por sí mismo.
Actualmente, existe una tendencia a la creación de grupos de ayuda mutua, relacionados con el trabajo en colectivo, para la búsqueda de soluciones; mientras, las técnicas de hipnosis han logrado resultados favorables.

18 enero 2007

Agorafobia, algo más que miedo a los espacios abiertos

Pepa comenzó a tener crisis de pánico cuando tenía 22 años. Sus crisis solían comenzar con cierta opresión en el pecho que luego daba lugar a una sensación de vértigo creciente. Todo le daba vueltas y su gran miedo era llegar a desmayarse y golpearse la cabeza al caer, muriendo desangrada. Conforme se hicieron más frecuentes la crisis, notó que parecía que había lugares en los que era más fácil que le diera la crisis. Sus lugares temidos eran aquellos donde había grandes aglomeraciones de gente, como ocurría en los grandes almacenes y en el supermercado. Al principio, comenzó evitando las horas punta, pues de ese modo se sentía más tranquila y parecía prevenir la aparición de nuevas crisis. Posteriormente tuvo que convencer a su marido para que se las arreglara solo con la compra, pues ella se veía incapaz de acudir al supermercado (sola o acompañada). Pepa perdió la oportunidad de consolidar su plaza como profesora debido a que no pudo ir a realizar un curso que necesitaba por el mero hecho de impartirse en una ciudad cercana y tener que desplazarse sola en autobús.
El trastorno
A veces, cuando una persona desarrolla un trastorno de pánico por la experiencia repetida de crisis de ansiedad, ocurre que tiende a tener las crisis con más frecuencia en determinados lugares (supermercados, cines, aglomeraciones de gente, etc.). En esos casos es fácil que asociemos esos sitios con el hecho de tener una crisis de ansiedad —algo parecido al enchufe y el grito—, entonces puede ocurrir que “solucionemos” el miedo a tener una crisis de ansiedad evitando los lugares en los que pensamos que es más fácil que nos den las crisis. Dicha evitación nos puede llevar a problemas diversos y en tal caso habríamos desarrollado un trastorno fóbico que se llama agorafobia.
La persona con agorafobia puede evitar muchas y variadas situaciones, desde las ya mencionadas (aglomeraciones de gente) hasta otras menos evidentes según el significado literal del término como: pasar por puentes, viajar en avión, utilizar ascensores, etc. En realidad, para el agorafóbico que ha tenido o tiene crisis de pánico, cualquier situación en la que pueda ser difícil escapar o conseguir ayuda si tiene una crisis se vuelve potencialmente peligrosa ante sus ojos.
No siempre la agorafobia está relacionada con el trastorno de pánico. En un número menor de casos, las situaciones descritas se evitan por miedo a otros elementos que nada tienen que ver con las crisis de pánico. Yo he tratado menos pacientes de este tipo, pero ahora recuerdo un joven que había tenido una experiencia muy desagradable viajando en autobús. Había bebido mucha agua antes de iniciar el viaje y cuando aún faltaba una hora para llegar al destino, comenzó a sentir cierta urgencia urinaria. El autobús no disponía de aseo y eso resultaba aún más agobiante para el joven viajero. A medida que aumentaba la opresión en su vejiga, por su mente pasaba de todo: solicitar al conductor que parase y orinar en la carretera (lo que le producía una gran vergüenza), aguantar como pudiera hasta el destino, e incluso ¡orinarse encima!. Finalmente llegó a su destino, pero con un gran dolor que luego le impidió orinar normalmente hasta pasadas unas horas. A partir de ese incidente comenzó a evitar beber agua antes de los viajes, evitaba los autobuses que no llevasen aseo, evitaba beber agua antes de entrar al cine y cada vez que se ponía nervioso tenía sensaciones de necesitar orinar (aunque luego eran falsas alarmas).
La clave del trastorno
La agorafobia se mantiene principalmente por evitar los lugares temidos. Es importante subrayar que las crisis de ansiedad no se producen por ir a esos lugares. Lo que ocurre es que en esos lugares se dan las circunstancias propicias para que se produzcan los síntomas que disparan la crisis. Síntomas que, por otro lado, son completamente inofensivos. A partir de ellos, comienza la interpretación catastrófica de las sensaciones corporales, pero ahí comienza otro problema: el trastorno de pánico.
El hecho de evitar esas situaciones hace que el agorafóbico se vaya recluyendo más y más en un falso círculo de seguridad, llegando a quedarse aislado en casa (a veces por más de 20 años, como le había ocurrido a un paciente de nuestra clínica).

29 octubre 2006

Miedo a salir de casa

"Salí a la calle, como cada día, para ir a la compra. Entré en el supermercado, llené el carro con lo que me interesaba y fui a pagar. En la caja había cola y comencé a experimentar como un ahogo, un nudo en el pecho y sudores fríos. Sudando, pagué y me marché a buscar a los niños al colegio. Por la calle sentía taquicardia y mareo con sólo pensar que podía caer al suelo fulminada en cualquier momento. Pensaba que me cogía un ataque al corazón o algo así. Fue terrible. Conseguí llegar a la escuela. Esperando a mis niños, me fui tranquilizando y se me pasó el malestar. Al llegar a casa, pensé en lo que me había pasado y quedé preocupada. A lo largo de los meses siguientes se fueron repitiendo estos episodios de malestar extremo una y otra vez: en el mercado, por la calle, al ir de compras, en el autobús e incluso en casa. De todas formas, la mayoría de las veces me encontraba mal fuera de casa o cuando cogía algún transporte. Fui cogiendo miedo a salir sola de casa. Si iba con mi marido o con alguno de mis hijos, aún podía soportarlo. Pero sola me fue cada vez más difícil salir, hasta que decidí no hacerlo ya que cada vez lo pasaba peor. Tenía miedo a pasarlo tan mal. Creía tener algún problema en el corazón".
Esta señora presenta una crisis de pánico. Según el psicólogo norteamericano David Barlow, el 35,9% de la población padece una o dos crisis de pánico anualmente parecidas a ésta. Si el miedo se gereraliza a diversas situaciones y lugares, estas crisis derivan en una agorafobia.
Muchas personas, en algunos momentos de sus vidas, presentan este trastorno nervioso que les crea problemas o incluso las incapacita para salir de casa si no van acompañadas. Aun así, experimentan miedos, angustia en forma de taquicardias, sudoración y sensación de desmayarse o perder el control, e incluso sensación de muerte inminente. Ante esta situación, las personas que la padecen van limitando sus salidas por el miedo a tener miedo. Cuando visitan diferentes especialistas médicos se descarta totalmente algún problema físico. Y es que estas personas sanas físicamente, están padeciendo agorafobia, un trastorno psicológico que hace que el mero hecho de salir a la calle sea una montaña, ya que experimentan terror, angustia y un malestar total, tanto físico como psicológico.
Si no buscan una solución irán arrastrando esta sintomatología a lo largo de su vida, afianzando una personalidad fóbica que impedirá una vida normal y una buena calidad de vida. Así, un trastorno puntual en sus vidas puede transformarse en una ansiedad y un malestar crónico de larga duración si no acuden a un especialista.
Afortunadamente la psicología actual conoce y trata esta sintomatología de forma efectiva. La solución es enfrentarse al miedo mediante una práctica programada, es decir, aplicando sesiones de afrontamiento y analizando y estructurando las interpretaciones catastrofistas de las reacciones fisiológicas. Así, conseguiremos ir controlando el trastorno. Al final del tratamiento, el cliente habrá concluido una larga pesadilla y los objetivos de vivir sin angustia y aumentar nuestra calidad de vida se habrán cumplido.
De todas formas, y a pesar de que la información sobre las crisis de pánico y la agorafobia es cada vez mayor, aún hay gente que las padece que desconoce qué es lo que le pasa, colapsando servicios de urgencia o consultas de medicina general. Como psicólogo especializado en estos trastornos, creo que es importante la divulgación de estos síntomas, y el informar que los mismos tienen solución si se acude a un terapeuta que los trate adecuadamente.
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